02 diciembre, 2016

Homenaje a Fidel



No logré amar a Cuba, en los tres años que pasé estudiando allí. Tanto es así que me iba para México cada vez que podía, y al final en Cuba habré pasado en total un año y medio. No la he amado porque no amo las islas, en general, y porque los cubanos me ponían histérica. Y es que era para sufrir: el embargo es una retahíla de cosas que no funcionan, que no se hallan, que no hay como resolver. Los embargos crean países extenuantes en los que la supervivencia depende de cómo te organices y donde tú, extranjero, siempre tienes la culpa: porque tienes más plata -eso creen ellos- y vienes de esa parte del mundo que quiere ver que Cuba caiga, y la isla te responde quitándote tus rasgos humanos y transformándote en una billetera que camina, caricaturizándote en el cliché del extranjero en Cuba que, casi siempre, no es una buena persona. Y por eso yo, cada vez que podía, tomaba mi Cubana de Aviación y en 50 minutos estaba en México, donde la gente era normal y no esperaba algo a cambio solo por responder a un “buenos días”. Y en donde, perdónenme, comía: una ensalada que no fuera de coles, una menestra que no fuera siempre y solo de arroz con frijoles, una fruta que no fuera la única que encuentras en Cuba de trimestre en trimestre. Una excepcional papa. Un helado que no hubiera sido congelado y descongelado veinte veces. En Cuba, a no ser que uno no quiera gastar mucho dinero -y aún así, no sé- aprendes lo que es la privación sensorial, luego de meses probando un solo sabor. En Cuba una vez casi me desmayé en un supermercado, luego de dos días transcurridos en la infructuosa búsqueda de un tomate. El cuerpo te pide algunas vitaminas o sustancias minerales y tú no se las puedes dar. Aterrizaba en México y, los dos primeros días, devoraba todo.

Y aún así, Cuba funcionaba. A su manera. Delante de cada facultad, en la Universidad, había una placa de agradecimiento a la tal o cual Comunidad Autónoma española que había financiado el sistema eléctrico. Dentro de la Facultad parecía la década de los 50 luego de un bombardeo: bancos, escritorios, pizzarrones, mesas chuecas, focos intermitentes, computadoras y teléfonos arcaicos, sillas metálicas incongruentes, todo en ruinas, todo cayéndose, y en medio de todo esto profesores estropeados, remendados, maltrechos, que no obstante daban lecciones en las que el tiempo volaba, que sabían lo que hacían, que eran excelentes. A veces más que excelentes. La absoluta incongruencia entre la desolación del lugar y la calidad de las palabras. Y la seriedad, la severidad, la rigurosidad detrás de todo ese abandono. La gente que he visto fracasar al examen de doctorado. La incongruencia que tú, extranjera, veías entre la presentación de todo y la altísima estima en la que ellos se tienen. Porque los cubanos tienen una inmensa autoestima. Los cubanos se sienten especiales, sobresalientes, una especie de raza elegida. Y no te esperas eso, en un país que se cae a pedazos. Y como te recalcan su presunción, su certeza de ser inmensamente majos, los estrangularías pero luego te toca admitir que algo de razón tienen. Los estrangularías por sus modales, pero luego debes aceptar que ésa es su fuerza. Sentirse mejores que todos y sin miedo a nadie.

Es difícil, para alguien como yo, llegar al aeropuerto prácticamente huyendo, con ansia del mundo normal al que abrazaría en una hora, soportar con odio las últimas vejaciones cubanas antes de subir al avión (una toalla higiénica diez dólares de los cuales ocho terminan en tu bolsillo, señora cubana que abusa de mi dificultad como extranjera) y luego, justo cuando el odio está por desbordar, ves las puertas de un avión angoleño que se abren y sus pasajeros que descienden: en silla de ruedas, en camilla, uno más malparado que el otro. Africanos que van a curarse en Cuba. Gente que nosotros, en Europa, dejamos morir con indiferencia o hasta satisfacción, y que la muy pobre Cuba en cambio acoge y cura. ¿Y tú qué haces? Miras, te das cuenta y ¿qué haces con tu odio? Te das cuenta de que eres una extranjera malcriada o, peor, que no eres nadie. Que la Historia, por esos lares, no eres tú, que no pasa por Europa. Eres solo público, si todo va bien, si no hasta lueguito. Cuba no te enfoca, te ignora.

Europa, de hecho, está lejísimos. Y es abombante escuchar a los europeos que hablan de Cuba y dicen siempre, puntualmente, todo lo contrario de lo que ves tú. Desde la política hacia abajo. Los primeros: “Es una dictadura, la gente quiere escapar, los homosexuales perseguidos, los disidentes”. En realidad, la imagen de la dictadura cubana que hay al extranjero es la de los primeros años 70, llamado “quinquenio gris” que la misma política ortodoxa de la Cuba de hoy define como “intento de implantar como doctrina oficial el Realismo socialista en su versión más hostil”. La definición es de EcuRed (la wikipedia cubana) pero yo misma he oído criticar y hasta ridiculizar esa época en las aulas universitarias de La Habana. Ya han pasado 35 años desde entonces, gente. Cuba ya no es eso. Los cubanos hacen lo que les da la gana. Y los extranjeros también.

Mi dueña de casa decía: “Hay tres cosas que no se puede hacer en Cuba: drogas, explotación de niños y, si eres extranjero, una descarada propaganda antiestatal. Por lo demás si quieres andar desnudo y de cabeza por la calle nadie te dice nada”. ¿Los disidentes? Los que tienen que ver con la Iglesia tendrán una dignidad, supongo, pero creo que todos sepan que las varias Damas en Blanco, por no decir nada de la Sánchez, cobran por cada manifestación que hacen (fue famosa una huelga que organizaron porque no les pagaban bien). No he conocido a nadie, literalmente a nadie, que hable de ellos con algo de respeto. Son gente pagada, punto, fin de la discusión. Luego, es verdad, la gente habla de política, imagina el futuro, expresa ideas. Hay quien ama (o amaba, por Dios...) a Fidel y quien lo detesta/detestaba. Y quien, la mayoría, tiene sentimientos ambiguos, entre admiración y rencor. Quien cambia de idea cada segundo. Porque, al final, los cubanos están orgullosos de sus conquistas. Están orgullosos de lo que han hecho. Y se estrechan entre ellos, están unidos, son isleños. Sí, son isleños. No entiendes Cuba si no aceptas esto: que son isleños, y para ellos el mundo es Cuba y todo lo demás existe si sirve, si no que naufrague. ¿Quieren escapar? En realidad quieren viajar. Precisamente porque son isleños. Hay mucho mundo que nunca han visto. Y además, claro, quieren plata. Quieren comprar cosas. Quieren ganar dinero, como todo el mundo. Pero luego quieren volver. Los cubanos se mueren de nostalgia, lejos de casa, de la familia, de su gente, de su arroz con frijoles. Unidos hasta la náusea, los cubanos. Y si se sienten amenazados, aún más. Algo de esto saben los EEUU, que endurecieron el embargo justo cuando se terminó la ayuda de la URSS y en Cuba se murieron, literalmente, de hambre. Buscaban una revuelta, los EEUU. Lo que encontraron fue un pueblo que se puso manos a la obra y salió con la frente en alto, como siempre. Inventándose cosas como el picadillo de soya, mazamorra repulsiva distribuida a la población como “proteinas para el pueblo“. Porque son prácticos. ¿El cuerpo necesita proteínas, vitaminas, carbohidratos? De alguna manera los absorbían. Y en los parques hay equipos para hacer ejercicios, como en un gimnasio. Y si no hay medicinas, usan plantas, la medicina natural. Siempre se las arreglan. Y se dan el lujo de exportar sus médicos a Venezuela, así como otros exportarían, yo qué se, cobre, a cambio de petróleo venezolano. Èsto, han hecho los cubanos, exportar médicos a cambio de petróleo. Porque esto es lo que tienen: su formidable, aunque tan odiosa, gente. Parece algo retórico, lo sé. Odio escribir esto, odio decirlo. Pero es verdad. Es increíble pero es cierto. Y como, además, estos médicos, estos profesionales cubanos logren ser excelentes no obstante la escasez de todo tipo (traten ustedes de llevar a cabo buena investigación científica, en un país con internet a pedales), yo no lo sé y no lo entiendo. Pero lo hacen.

Y los homosexuales, en Cuba festejan el Pride, imagínense. Ya se terminaron los 70, filmaron “Fresa y chocolate” con fondos estatales, démonos cuenta. Pero, más que nada, recuerdo una publicidad estatal de servicio público, unos afiches en las farmacias que me impresionaron. Era sobre la prevención del SIDA y era la foto de dos gays que se besaban. Pero al contrario de Europa, en donde los gays hubieran sido jóvenes y guapos, en la foto cubana había dos señores maduros, feítos, normales. Dos personas comunes y corrientes, de las que puedes encontrar en tu condominio. Ni jóvenes, ni bellos, ni flacos, ni nada. Dos señores que se besaban y una sobria invitación al amor que no excluía la prevención. Ponderada, respetuosa, bella. Me pareció un ejemplo a seguir. Por otra parte, Cuba es poco estucada. No tiene ni publicidad. Solo publicidad de servicio público y grandes letreros de motivación por todos lados. Es lo bueno cuando hay poco para comprar, que nadie trata de convencerte.

Igual de abombantes son los argumentos de los extranjeros que festejan al cubano como a un pueblo de bailarines felices, siempre contentos y simpáticos, ah, ¡qué simpáticos! ¿Buen humor? Gente desesperante como la de La Habana hay poca. Y, cuando entienden que no te los quieres follar, que no les vas a invitar a beber, que no te sacarán un centavo, te vuelves transparente y a tu alrededor aparece la realidad: gente cansada, cabreadísima, arrogante o simplemente, con sus asuntos por resolver, como es normal. No, no son conversones, puedes pasar una hora en un taxi colectivo repleto sin que nadie converse con nadie. Puedes ir mil veces al mismo bar sin intercambiar una palabra con el barman. Recibir un gesto gentil gratis es muy raro, peor una sonrisa desinteresada. Si estás en problemas llegan los coyotes. Y la gente, mientras más joven, menos es de confiar. Y esto, esto es importante, la diferencia entre viejos y jóvenes en Cuba. Con la crisis de los noventa, el sistema educativo cubano colapsó, como muchas otras cosas. Con la mayoría de los maestros exportados por el mundo, les tocó a los chicos grandes dar clases a los pequeños, por ejemplo, y toda la institución se deterioró. Por esto y por otros motivos, se nota la diferencia cultural entre los cubanos de una cierta edad y los más jóvenes. Los jóvenes valen menos que sus padres. Y éste será un problema en perspectiva. Luego es verdad, que la gente que no es de La Habana (o de Varadero, que son otros) es mejor. Mucho mejor. Pero los cubanos son, como decía, isleños. Tercos, orgullosos, lo que quieras, pero no amigables. De ninguna puta manera. Si son amigables, es más, hay que preocuparse. Tendrán sus motivos, y son motivos que no te convienen. ¿Exagero? Un poco. La síntesis crea estereotipos, es obvio. Y ya que no hay como evitar los estereotipos, mejor el de desesperantes que el de felices bailarines. Obviamente sin negar que bailan espléndidamente.

Y volvemos al mismo punto: por un lado los detestaba -llegó un momento en que los detestaba a todos sin excepción- por el otro me di cuenta rápidamente de que en el resto de América Latina, podía usar mi estatus de residente en Cuba como una honorificencia, algo que me dintinguía positivamente de la masa europea. Sobre todo en Nicaragua. En Nicaragua, cuando la gente se entera de que vives en Cuba se emociona. Falta solo que te abracen. Porque, de una u otra manera, todos le deben algo a los cubanos. “Yo me gradué en Cuba, ¡gratis!”, “a mi papá le salvó un médico cubano!”. Un gentío. Nicaragua está llena de gente a la que de joven le han dado una beca en Cuba para estudiar, que ha recibido alojamiento y comida gratis por años, que tiene una deuda de por vida con la isla. Y si vives en Cuba, parece que la deuda la tienen contigo. Te tratan bien. Te respetan. Los cubanos son muy respetados en América Latina. Se lo han ganado. Y al final es ésto, los respetas. Yo los respeto. No los amo pero los respeto. Y cuando has visto toda Centroamérica y ya no puedes más de niños harapientos, niños que en Chiapas van a trabajar con azadones más altos que ellos, niños que se acercan al Ticabus en cada parada de la Panamericana con trapos y lo lavan a cambio de una limosna, terminas con que no puedes esperar para volver a Cuba, y ver al fin niños normales (la normalidad es un concepto débil), con su uniforme lavado y planchado, peinados con la raya a un lado o con las trencitas y que van todos A LA ESCUELA. O a jugar. Y que no trabajan. Nunca. Vuelves a Cuba llena de respeto. Se lo dices al taxista que te lleva a La Habana y él se pone contento, y añade: “Verdad, nos quejamos y nos olvidamos de lo bueno, pero es cierto. Hasta nuestras personas con discapacidad, no hay ni comparación. ¿Y la delincuencia? ¿Y el narcotráfico? Tenemos suerte”. Sí, ellos tienen suerte. Porque es cuestión de perspectiva: si naces pobre, enfermo, desafortunado, es mejor si naces en Cuba. Mucho mejor. Fuera de allí mueres, y mueres muy mal. A un pobre no le conviene ser guatemalteco, haitiano, dominicano, etc. Mejor que sea cubano, créanme.

¿Qué se puede decir de Fidel en el día de su muerte? Probablemente esto, que ha dado un sentido al esquivo concepto de “cubanidad”. Concepto que los cubanos perseguían ya un siglo antes de que él llegara. Que tomó un pueblo que inició a luchar por su independencia cien años antes -primero contra los españoles e inmediatamente después, como una grotesca burla, contra los EEUU que llegaron después de España- y lo volvió, por primera vez en su historia, independiente. Hablemos de esto, de lo que es la “cubanidad”. Los cubanos son hijos de dos pueblos desarraigados, españoles y africanos, venidos a una isla donde los indígenas habían desaparecido pronto y sin dejar rastro. Son el resultado del encuentro/desencuentro y luego la mezcla entre europeos que querían hacer dinero y de africanos esclavizados. Un barullo de historias y culturas diferentes, de raíces arrancadas, de blancos y negros, esclavistas y esclavos, violadores y violados, si todas estas historias y culturas no se hubiesen mezclado, si todos no hubiesen dormido con todos, si el inmenso mestizaje que resultó no se hubiera unido, en algún momento, en nombre de la independencia. Cuba es joven. Decía uno de sus grandes intelectuales, Fernando Ortiz: “Toda la escala cultural que Europa experimentó en más de cuatro milenios, en Cuba se pasó en menos de cuatro siglos”. Cuba no tiene historia que no sea de ayer, no tiene espiritualidad como la conocen los pueblos antiguos, no tiene religión sino un remolino de ritos mezclados, no tiene un color, un rostro, una identidad que no sea la de ser cubanos. Lo que sea que signifique eso. Y decía siempre Ortiz: “La cubanidad plena no consiste meramente en ser cubano, son precisas también la conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser”. Es cubano quien ha querido construir Cuba. Y Cuba, por lo tanto, comenzó a nacer en 1868, cuando blancos y negros juntos comenzaron a luchar contra España. Juntos, esto es lo importante. Esa es la línea divisoria. Y combatieron por 30 años, hasta 1898. Cuando llegaron los EEUU que hasta entonces presenciaron todo esperando que ganara España, y arrebataron la victoria a los cubanos. Declararon guerra a una España debilitada, la derrotaron y se adueñaron de Cuba. Los cubanos, por lo tanto, en vez de obtener una victoria fueron testigos de un cambio de mando. Y encima les pusieron en su constitución la Enmienda Platt y llegó un nuevo amo a quien obedecer.

Pero los cubanos son tercos, como decía. Por los cincuenta años sucesivos se la pasaron estudiando, protestando, combatiendo -la revolución fracasada de 1930- y siguieron así, entre dos dictaduras y mil gobiernos marioneta, mientras su economía dependía de los EEUU, mientras hasta el racismo se volvía igual al de los EEUU, con un apartheid que ni a los españoles se les ocurrió implantar, mientras en la isla se propagaba el gansterismo y la corrupción y las cárceles estaban llenas de opositores políticos -entonces, no hoy-. Y luego llegó Fidel, cuya historia es tan demencial que parecería inventada, si no fuera porque en cambio es real y documentable. A menudo citan “la historia me absolverá”, la mayoría de veces sin haberlo leído. Es el alegato con el cual él, mucho antes de la Revolución, explicó a los jueces que lo iban a condenar las razones del asalto al cuartel Moncada, hecho por él, su hermano menor Raúl y un puñado de estudiantes muchachos y muchachas, que terminó en fracaso. Es la fotografía de Cuba bajo Batista y los EEUU. Es una declaración de objetivos -o, en ese entonces, de sueños- y es, sobre todo, el autorretrato de un gigante. Es muy difícil leerlo, saber que a aquel hombre lo iban a reducir a prisión y no sentir un enorme respeto por él. Luego llegaron la salida de la cárcel, el exilio en México, la adquisición de un bote (el Granma) con el cual zarpar, llenándolo hasta lo indecible, hacia el asalto a Cuba, el desembarque (el Che diría que “fue más bien un naufragio”), la policía de Batista que extermina a los náufragos, Fidel que al final se queda con -no sé, voy de memoria- menos de 20 sobrevivientes y dice: “Lo logramos, seguro vamos a vencer”. Y vence, en serio. Y, por primera vez en su historia, Cuba se vuelve un estado soberano. Ésta es la cuestión.

Y vence de nuevo, y de nuevo, y otra vez. Contra los EEUU. Dejándoles siempre, incesantemente, en ridículo. ¿Los EEUU proyectaban propaganda anticastrista sobre su embajada en La Habana? Castro rodea el edificio de banderas más altas, una por cada país que en la ONU era contrario al embargo, y así lo empaqueta volviéndolo prácticamente invisible. ¿Los EEUU envían naves a Mariel a recoger disidentes en fuga para mostrarlos a todo el mundo? Fidel ordena vaciar las cárceles y los manicomios de Cuba y envía a sus internos, llenando los EEUU de enfermos mentales y delincuentes comunes cubanos. La lista es infinita, la historia humana de Fidel también. Las relaciones entre Cuba y EEUU, pensándolo bien, son extrañas. Muy pero muy extrañas.

EEUU y Cuba se aman y se odian, parecen parientes. Los primeros siempre han querido poner sus manos sobre los segundos, primero tratando de comprarle Cuba a España, luego con las malas. Los segundos siempre han soportado la enorme sombra y las miras expansionistas del vecino, y han hecho lo que humanamente un pueblo puede para hacerse respetar. Cuba nunca quiso terminar como Puerto Rico, eso es todo. Nunca quiso ser una colonia. Pero en fin de cuentas, su historia ha sido muy influenciada, demasiado, por los EEUU. Quien sabe si hubieran pedido ayuda a la URSS, volviéndose soviéticos, si no hubiesen tenido que defenderse de los EEUU. Quien sabe si hubieran necesitado un partido único por 50 años si no hubiesen tenido que unirse contra un enemigo tan potente. ¿Y cómo sería, hoy, Cuba, si no estuviera saliendo de 60 años de embargo? Si ha logrado dar alimentación, salud y educación a todos sus ciudadanos A PESAR del embargo. ¿Qué habría hecho sin el empobrecimiento al que la han condenado? ¿Ustedes lo saben? Yo no, francamente. Lo que sé, es que el embargo los ha unido aún más. Y, conociéndolos, no es difícil de entender.

Pero he visto un montón de ciudadanos de EEUU, en Cuba, y mucho antes de que Obama abriera el país. Con el sombrero en la mano y llenos de admiración. Que llegan para cursar estudios en la universidad, o solos, pasando por México para que sus autoridades no los descubran. Porque los estadounidenses no podían ir a Cuba por orden de los mismos EEUU, pero el estado cubano siempre les ha permitido ingresar, haciendo lo mismo que Israel hace con quien no desea el timbre de ingreso en su pasaporte, te lo dan en un papel. Y he visto un montón de cubanos que querían irse, a EEUU, para hacer dinero, ver abundancia, visitar a la familia. Están tan cerca, a vuelo de pájaro, que parece increíble.

En fin de cuentas, -y aquí termino esta reflexión que era muy necesaria para mí- de Cuba lo que he entendido es esto: que la debes respetar, o si no te agarran a patadas. Si vas a contrapelo con ellos, te van a dar lo peor. Y es que este orgullo infinito, terco, rudo, es una parte del sentimiento de la isla y Fidel ha logrado compactarlo, darle rienda suelta y al mismo tiempo una dirección. Él tomó un pueblo obligado a pasar de una bandera a otra y lo ha transformado en algo nuevo. El pueblo que ha vencido, que se ha ganado su independencia y la ha defendido, que ha obtenido las únicas, grandes, conquistas sociales en América Latina, el que más ha luchado contra el racismo, que ha hecho soñar a medio planeta, que no se sabe cómo hayan hecho, pero que de alguna manera lo han logrado. Ha transformado una colonia en un estado. Muy, muy orgulloso. ¿Ha habido errores? Claro. ¿Podía haberlo hecho mejor? Sí, pero la alternativa era ser como Puerto Rico o peor. Y han luchado tanto, y por mucho tiempo, para aceptar volverse como Puerto Rico. Son orgullosos, no hay nada que hacer.

Aunque pueda parecer paradójico, yo no pensaba que Fidel pudiese morir. Pensaba que me enterraría a mí también. Me provoca una sensación tan extraña su muerte, y siendo yo una mujer del siglo XX creo que ahora sí, ya no quedan más gigantes en el mundo. Ahora, los cubanos de hoy, ¿estarán a la altura de la historia increíble que les deja Fidel? Creo que él ha tratado, lográndolo a menudo, de sacar a relucir lo mejor de su pueblo. De darle disciplina, seriedad, educación y cultura. De hacer de este pueblo caribeño el pueblo serio por excelencia de toda la región. Operación nada fácil, hay que reconocerlo.

Deja un pueblo pobre pero mimado, no obstante las drásticas medidas económicas de los 90. Que no paga facturas, que tiene la supervivencia asegurada, que se cree la divina garza. Y que está humana y culturalmente en decadencia desde hace tiempo. Donde las diferencias raciales, desde los años 90, se han acentuado. Desde que las remesas del extranjero se han vuelto vitales, y se da el caso que la mayoría de los migrantes sean blancos y hayan, por lo tanto, enviado dinero a las familias blancas, volviéndolas a ellas, y solo a ellas, capaces de invertir en microempresa. Un pueblo que tiene más expectativas que ganas de trabajar y al cual el turismo -sobre todo italiano, hay que admitirlo con deshonor- le ha hecho muy mal.

No sé lo que vaya a pasar con Cuba, si sus “defectos” la ayudarán una vez más o si, sin el carisma de su Padre de la Patria, se volverá el paisito cualquiera que muchos esperan ver. Temo a la generación de los noventas. Si Cuba se arruina, será su culpa. Pero si esto pasara, sería una gran pérdida para el mundo entero. Son pesados, piensan solo en sus cosas, te venderían al matadero si pudieran -y lo hacen cuando pueden- y sin embargo, con tal de ser chulos, han dado mucho. Por cada italiana que no los aguanta hay cien ciudadanos de los países pobres que les deben algo. Desde hace sesenta años han vuelto el planeta más variado y más verdadero.

Creo que se sientan muy mal hoy, los cubanos. Y que tengan motivos válidos.

Toca en cambio envidiarle un poco al Todopoderoso, si existe, ya que al fin se lo va a encontrar por allá, al famoso Fidel, para charlar. Le ha hecho esperar, definitivamente. Y prefiero imaginar que, de los dos, el más curioso será el Todopoderoso.



Share: