29 octubre, 2016

La enfermedad y el permiso de estadía

Relato de hace algunos años. Una enfermedad repentina con el permiso de estadía vencido por unos días, bastó para que el derecho a la salud se esfumara.

Los años pasan y dejan su huella sobre nuestra salud como un 4x4 sobre un sendero fangoso. Hoy soy pesimista y tengo un buen motivo. Llevo tres noches sin dormir por culpa de mi sinusitis invernal. Me despierto de madrugada porque no estoy respirando. Y no sólo eso, mi nariz se ha vuelto más ruidosa que una tetera en ebullición.

Contándolo así parecería un problemita sin importancia. Ve al doctor para que te dé algo, me dirán ustedes. De hecho fui al consultorio de mi doctora y a la secretaria le expliqué que soy el tipo con la sinusitis y el asma, el que necesita el aerosol y las pastillitas, que no necesito una cita, la doctora sabe quien soy y me manda la receta directamente a la farmacia de abajo, donde iré luego a recoger mis medicinas apenas pueda. La señorita, educada y muy gentil, toma nota y me dice que pase por la farmacia en la tarde, luego de las cinco. Parece todo hecho pero no, aquel día no logro pasar, me resigno a transcurrir otra noche insomne y me consolo pensando que al día siguiente todo terminará y podré dormir en paz.

El día después me atraso, sólo en la tarde alcanzo a pasar y a pedir mi bendita receta. La señora farmacéutica me pide que espere mientras busca mi nombre entre la montaña de hojitas coloradas que asoman desde el cajón atrás del mostrador. Después de un minuto se da la vuelta con aire de contrición. No está mi nombre. ¿Cómo es posible? Trato de explicarle todo de nuevo pero la señora me detiene con un gesto de la mano y me pregunta con un poco de vergüenza ¿todo bien con su permiso de estadía? Me quedo estupefacto. ¿Qué pregunta es esa? De golpe lo entiendo todo y me dan ganas de tirarme el cabello.

El permiso de estadía está bien, lo estoy renovando, en pocos días me darán uno nuevo. El problema es que mi tarjeta sanitaria se ha vencido con el permiso de estadía viejo y no puedo obtener mis medicinas hasta que no saque una nueva tarjeta en el registro sanitario. Pero para hacer esto necesito el permiso de estadía nuevo... que recibiré en algunos días. Mientras tanto no duermo por culpa de mi sinusitis invernal.

Desesperado vuelvo a casa y llamo al consultorio de mi doctora. Ahora no está, me responden, hay que llamarla al otro consultorio. Pregunto el número y con la mano temblante llamo. No puede responder ahora, llame en un cuarto de hora. Llamo de nuevo y nada, la doctora no puede responder. Tenga paciencia, me dice la señora al otro lado del teléfono, llame más lueguito, ¿ya?

Mientras tanto he escrito todo esto, comienzo a pensar que no voy a dormir por lo menos hasta el viernes, o si no voy sin tarjeta sanitaria a las emergencias en el hospital. Me rompo un dedo, me hago curar y mientras voy saliendo pregunto como si nada. ¿Por si acaso tienen algo para la sinusitis y el asma? Ya que estamos aquí.

Esperemos que no me toque hacerlo, veamos qué pasa. Llamo a mi doctora otra vez. Responde. ¡Viva! Buenas tardes. Comienzo a explicarle todo desde el principio, ella también me detiene. Claro que me acuerdo pero lo siento, no puedo darte nada con la tarjeta vencida. Trato de argumentar, la saco rapidito, no es mi culpa, no puedo dormir. Nada que hacer, no se puede. Lo siento, debes comprarte la medicina. ¿Comprar? Entonces no importa, le digo, bien feliz. Perdóneme doctora, soy un tonto, no sé por qué creía que no pudiesen darme la medicina sin su receta, no importa, me la compro, no hay problema.

Voy corriendo a la farmacia, entro y pido mi medicina mostrando el viejo tubito vacío. La farmaceútica no es la misma de antes. ¿Se la paga usted mismo? ¿No se la cubre el seguro social? Pregunta ella como diciendo, ¿estás seguro? Claro, claro, le digo inflándome como un gallo de granja. Faltaba más, pienso, de vez en cuando me la puedo pagar yo, mi medicina, si no para qué trabajo. Son 53 euros por favor. Me quedo petrificado y no logro decir nada mientras la mano paga, ignorando olímpicamente la débil voluntad del cerebro que desearía irse tirando la puerta. Luego recuerdo que sin este tubito no duermo, me siento débil y frágil, tomo el vuelto y salgo agradeciendo.

Me encuentro en la acera con la medicina en el bolsillo y 53 euros menos en la billetera. Trato de consolarme diciendo «está bien, de vez en cuando hay que pagarse las medicinas del bolsillo de uno». Pero luego me acuerdo de los impuestos, de las multas, de la cuota estatal obligatoria por la TV, del seguro del auto, del comedor escolar de los hijos, de las cuentas, de la pensión complementaria que no puedo pagarme para tener una jubilación decente, del trabajo interinal, de los doscientos euros que me cuesta el permiso de estadía, del sindicalista que si no compras el carnet de su sindicato no te recibe, del registro sanitario.

Recuerdo todas estas cosas hermosas de la vida cotidiana y pienso que he hecho todo, he pagado todo, he respetado los plazos sin chistar. Si pudiera hasta iría a votar.

Por lo general no aprecio los discursos de la gente que se queja. Pero esta vez es demasiado. En serio amigos, no. No me merecía esto, la medicina del seguro social era mi derecho como lo es para todos, no estaba de ilegal, estaba renovando el permiso. Puedo desahogarme sólo escribiendo. La próxima vez trataré de no enfermarme cuando se vaya a vencer el permiso de estadía.


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