15 diciembre, 2016

El pesebre nacido por un error de traducción

Traducción del artículo de Eleonora Cadelli, publicado el 29 de noviembre de 2016.

Hay quienes esperan la Navidad todo el año y quienes se esconderían en una isla desierta hasta la Epifanía; lo que es cierto es que solo pocos logran esquivar sus ritos, los regalos bajo el árbol, las reuniones con los parientes y las interminables conversaciones de rigor. A este respecto, queremos dar un pequeño consejo a los traductores, sugiriendo un tema perfecto para cambiar de ruta cuando las pláticas entren en terrenos espinados. ¿Por qué no sacar a relucir un error de traducción sobre el pesebre, corazón de la Navidad?

Tal vez no todos sepan que... el primer pesebre fue construido en 1223 por San Francisco en la ermita de Greccio (provincia italiana de Rieti), para ver “con los ojos del cuerpo” al Niño recién nacido posado en un pesebre, entre el buey y el asno. ¿Pero de dónde obtuvo el santo la información para escenificar su representación? El pesebre, simplemente, está presente en el Evangelio de San Lucas; pero de los dos animales y de su cálido aliento no hay rastro en los textos canónicos. Sin embargo su presencia (como también la de la gruta) está señalada en el evangelio apócrifo de Mateo... o más bien, ¡en su errada traducción del griego al latín! En el texto original de la Biblia Septuaginta, de hecho, Ababuc profetizó que el Mesías iba a nacer “en meso duo zoon”, o sea, “en medio de dos edades” (tal vez para indicar que su nacimiento sería el confín entre dos eras), pero el traductor latino confundió el genitivo plural de zoè (edad) con el de zoon (animal), volviéndolo así “in medio duorum animalium”.

Este error, en vez de dejar perplejos a los feligreses, desencadenó la fantasía popular, yendo a sumarse a la otra profecía citada en el evangelio apócrifo. Así se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías, quien había dicho: “El buey ha reconocido a su dueño y el asno a la cuna de su patrón”. Solo que a esta profecía la citan inapropiadamente, ya que en realidad Isaías se quejaba de Israel, considerándola incapaz de reconocer a su proprio Dios, a diferencia de los animales que sí saben reconocer a sus propios dueños. Pero igual.

Fue así que los “duorum animalium” se volvieron automáticamente el buey y el asno y entraron en la tradición de la Navidad, hasta el punto que inclusive los teólogos contemporáneos (como el Papa emérito Ratzinger), si bien admitan el error, no tengan la menor intención de quitarlos de nuestros pesebres, y es más, justifiquen su presencia, encontrando en ella significados simbólicos profundamente religiosos.

En breve, esta hermosa historia navideña demuestra que un banal error de traducción puede influenciar no solo a los fieles sino también a una entera tradición artística, la devoción popular de siglos y... ¡hasta la teología oficial!


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