Traducción del artículo de Eleonora Cadelli, publicado el 29 de noviembre de 2016.
Hay quienes esperan la Navidad todo el año y quienes se
esconderían en una isla desierta hasta la Epifanía; lo que es
cierto es que solo pocos logran esquivar sus ritos, los regalos bajo
el árbol, las reuniones con los parientes y las interminables
conversaciones de rigor. A este respecto, queremos dar un pequeño
consejo a los traductores, sugiriendo un tema perfecto para cambiar
de ruta cuando las pláticas entren en terrenos espinados. ¿Por qué
no sacar a relucir un error de traducción sobre el pesebre, corazón
de la Navidad?
Tal vez no todos sepan que... el primer pesebre fue construido en
1223 por San Francisco en la ermita de Greccio (provincia italiana de
Rieti), para ver “con los ojos del cuerpo” al Niño recién
nacido posado en un pesebre, entre el buey y el asno. ¿Pero de dónde
obtuvo el santo la información para escenificar su representación?
El pesebre, simplemente, está presente en el Evangelio de San Lucas;
pero de los dos animales y de su cálido aliento no hay rastro en los
textos canónicos. Sin embargo su presencia (como también la de la
gruta) está señalada en el evangelio apócrifo de Mateo... o más
bien, ¡en su errada traducción del griego al latín! En el texto
original de la Biblia Septuaginta, de hecho, Ababuc profetizó que el Mesías iba a nacer “en meso duo zoon”, o sea, “en medio de dos
edades” (tal vez para indicar que su nacimiento sería el confín
entre dos eras), pero el traductor latino confundió el genitivo
plural de zoè (edad) con el de zoon (animal), volviéndolo así “in
medio duorum animalium”.
Este error, en vez de dejar perplejos a los feligreses,
desencadenó la fantasía popular, yendo a sumarse a la otra profecía
citada en el evangelio apócrifo. Así se cumplió lo que había
anunciado el profeta Isaías, quien había dicho: “El buey ha
reconocido a su dueño y el asno a la cuna de su patrón”. Solo que a
esta profecía la citan inapropiadamente, ya que en realidad Isaías
se quejaba de Israel, considerándola incapaz de reconocer a su
proprio Dios, a diferencia de los animales que sí saben reconocer a
sus propios dueños. Pero igual.
Fue así que los “duorum animalium” se volvieron
automáticamente el buey y el asno y entraron en la tradición de la
Navidad, hasta el punto que inclusive los teólogos contemporáneos
(como el Papa emérito Ratzinger), si bien admitan el error, no
tengan la menor intención de quitarlos de nuestros pesebres, y es
más, justifiquen su presencia, encontrando en ella significados
simbólicos profundamente religiosos.
En breve, esta hermosa historia navideña demuestra que un banal
error de traducción puede influenciar no solo a los fieles sino
también a una entera tradición artística, la devoción popular
de siglos y... ¡hasta la teología oficial!