10 octubre, 2015

El pacto

Hubo pocas llamadas, sólo una o dos al inicio, cuando la necesidad de hablar con una voz amiga era más imperiosa. Luego se escribían siempre por el chat, por lo general el domingo. Por la mañana en Perú, por la tarde en Italia.

Las dos amigas nunca dejaron de encontrarse y contarse sus vidas. El chat les daba una sensación de cercanía, era un lugar fuera de la geografía. Poco a poco las conversaciones se volvieron más familiares, informales, aptas para contar.

- ¿Y? ¿Qué me cuentas?
- Nada de nuevo, lo mismo de siempre.
- ¿Cómo va tu italiano? ¿Has mejorado?
- Sí, pero no hablo con nadie.
- ¿Y por qué?
- No tengo ganas, no quiero ser amiga de esos chicos, todos me parecen bobos.
- Pero antes decías que…
- Lo sé, pero ya no tengo ganas, los conocí mejor y prefiero estar por mi lado.
- No digas eso, necesitas a alguien para salir.
- Conocí a otros chicos fuera de la escuela, son más simpáticos. Los de mi clase hablan sólo de comida y ropa.
- ¡Ah! Pero ya tienes un grupo de amigos. ¡Qué bueno!
- Sí, eso está bien, en mi clase no hablo con nadie. Me da igual, además luego me encuentro con los otros.
- ¿Y en la escuela te quedas siempre callada?
- Casi, hablo cuando me preguntan algo los profes.
- Pero…
- ¿Y tú cómo estás? Cuéntame de ti mejor, mi vida por ahora es aburrida.
- Ok. ¿Adivina quién volvió con quién?
- Nooooooooo. ¿En serio?

Más de una vez la pregunta fue sofocada antes de nacer. ¿Por qué no hablas? Al inicio parecía como que no hubiese escuchado, pero luego era evidente que fingía. Sin decirlo, se había impuesto un pacto. Por favor, no me lo preguntes.

Pero ella quería saber, más que por curiosidad era por angustia. La idea de que su querida amiga estuviera sola, en silencio y rodeada de chicos antipáticos la entristecía pero no podía preguntar nada, estaba ya bien claro que esa pregunta no estaba permitida. Más que nada nutría una sospecha y cuando pensaba en ella las lágrimas acudían veloces a inundar su mirada. ¿Y si fueran ellos los que la rechazan? No ella, ellos.

Esta fue la razón que la empujó, una sola vez, a romper el pacto tácito.

- Oye pero… ¿Sigues callada en clase?
- ¡Basta! ¡Me estás cansando con esto! Mejor déjame, llámame otro día, ahora ya no quiero ni hablar ni nada.

Esa fue una noche llena de llanto, en ambos lados del océano.

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