16 octubre, 2015

Cómo criar a un hijo varón

Artículo publicado el 12 de octubre de 2015, por Enrica Tesio en su blog. Título original: Appunti su come crescere un figlio maschio (in particolare il mio).

La semana pasada estuve en Milán, en la revista Tempo delle Donne, hablando de maternidad y de hijos varones. En un primer momento el tema me hizo sonreír, aún no sé si estoy criando bien a Lorenzo en calidad de Lorenzo, mucho menos en calidad de varón. Y luego, como pasa a menudo, se me ocurrieron varias ideas, algunas las dije allí, otras las escribo aquí, pero con la cabeza fría, luego de que terminara el encuentro.

Pensé que me gustaría darle a Lorenzo los instrumentos para salir bien de la adolescencia. Si no sale con notas excelentes, por lo menos que lo haga a tiempo. Hay por ahí muchos adolescentes que repiten el año, cinco, diez, veinte veces. La adolescencia es aquel momento en el que los chicos deben calibrar sus emociones, pasando en un instante de la euforia (el superlativo de la alegría) a la desesperación (superlativo de la infelicidad). Sirve para establecer los confines del dolor y la felicidad, a delimitar el terreno de juego. Y entonces están bien los alaridos de amor, el melodrama, están bien los excesos. Pero sólo un poco, luego basta. Quisiera que Lorenzo sea un hombre capaz de vivir sus relaciones con la fuerza de sus emociones, no que sea un eterno adolescente a merced de sus emociones fuertes.

Me gustaría que aprenda a distinguir entre sensibilidad y fragilidad. Cuando un hombre demuestra que es sensible dicen que ha desarrollado su lado femenino. No sé si esto sea verdad. Pero a mi parecer, las mujeres tienen en cuenta el sufrimiento más que los hombres y por lo tanto están más listas. Los hombres se dejan sorprender por el dolor casi siempre, como en las películas en donde al protagonista le disparan una bala al pecho y él no entiende lo que está pasando, se toca la herida con la mano, mira su propia sangre manchándole los dedos, atónito, y parece que se da cuenta que tiene un corazón sólo cuando se le destroza. A mi juicio -sigo con este juicio bien sinvergüenza, porque no soy ni antropóloga, ni socióloga, ni machóloga-, los hombres tienen una inconsciencia fanfarrona y adorable, que en las mujeres se vuelve consciencia y se trasforma en valor. Es que los hombres están menos acostumbrados a comprender la anatomía de los sentimientos, propios y ajenos. Son más fanfarrones y menos valerosos. Las madres tendrían que trabajar en ello. Menos machos alfa, más hombres conscientes de sus emociones.

Para Lorenzo quisiera ser tantas cosas pero no una madre loba, salvaje o visceral. Aquellas mujeres que dicen «di a luz al hombre de mi vida», olvidan que esa es la premisa de casi todas las tragedias griegas. Y lo digo no obstante mi corazón latiera como una bomba aquella vez que encontré a Lorenzo esperándome en la estación de trenes, mientras volvía de un viaje. Estoy convencida de que los anuncios de dedicación absoluta, las declaraciones de amor arrebatado, no sean algo bueno para un hijo. Hasta en la maternidad hay una madurez, nada del otro mundo, simplemente olfateas su cuello, ahí en el punto donde aún conserva el olor de niño, cuando duerme, a escondidas, porque el amor de mamá es mejor en secreto, sin aspavientos.

La agresividad no es un valor. La tenacidad y le determinación sí que lo son, la agresividad no.

Quisiera recordar a Lorenzo que nació con varios privilegios, económicos y sociales naturalmente, pero también vinculados a su sexo biológico. En calidad de varón, según las estadísticas será más fácil para él ganar un sueldo mejor, las mujeres no se darán el derecho a importunarlo por la calle y el número de personas con las que querrá dormir no serán la medida de su honorabilidad. Los ingleses lo llaman «male privilege». Es un regalo que le llegó sin pedir y me gustaría que como todos los regalos lo compartiera con Marta. Porque crecer con una hermana casi de su edad es, a decir verdad, el más grande de los privilegios.

Traducción de Lotarsan

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