16 abril, 2015

Lacrimal

La noticia se me pasó por delante en el Facebook mientras leía distraído. El título estaba por salir de la pantalla de la computadora cuando lo aferré: “Muere Eduardo Galeano”. Abrí el enlace pero casi no logré leer el texto, solamente desfilaron ante mis ojos algunas palabras sueltas: cáncer, 74, ministerio, familiares, luto. Ni siquiera llegué al final de la página que ya estaba de pie, los ojos llenos de lágrimas, llamando a mi esposa. ¡Ilaaaaa! Cuando ella vino a ver qué pasaba y me encontró en ese estado primero se asustó. ¿Estás bien? ¿Qué pasó? Y yo repetía, se ha muerto, se ha muerto. Angustiada insisitió ¿quién? Y yo, Eduardo Galeano se ha muerto. ¿Quién es Galeano? Un escritoo-oo-or, dije sollozando. La alarma se esfumó de su rostro para dar lugar al desconcierto. ¿Estás llorando por un escritor?

Por el modo en que me miraba me di cuenta de que se estaba preocupando por mi salud mental, así que traté de moderarme fingiendo una risita pero sin lograr detener las lágrimas. ¿Qué tonto no? Perdóname, ahora me pasa. Me fui a esconder en el baño.

Cuando salí ella fue comprensiva. Qué pena, lamento que estés triste. ¿Era un buen escritor? Yo no sabía que responder. ¿Cómo explicar que “buen escritor” no es suficiente? Hasta la palabra escritor no basta para designar lo que él era, lo que él aún es. Historiador de los humildes, narrador de la otra historia, provocador de pensamientos. Obviamente no dije nada de todo esto, me quedé callado mientras ella me miraba. Me di cuenta que le daba pena no entenderme.

Pasé todo el día contando mi pena a los amigos, a los conocidos, buscando alquien que sepa, que lo conozca, que lo extrañe. Se murió Galeano. ¿Quién? No importa.

Aquí en Italia pocos lo conocen. Tenaz, no tener un amigo que sufra contigo por la misma ausencia. Hasta lueguito don Eduardo.



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