25 marzo, 2015

Una minoría vulnerable

Quito se empeña en poner a prueba nuestra resistencia a climas extremos y parecería que la masa social también. Mientras los que están a la cabeza suben y bajan sus tonos, los magos y magas nos quedamos con las varitas bajas.

Siendo artistas de entretenimiento ocasional, cuando nos llaman para consultar nuestros servicios la respuesta más común tras oír los honorarios es: “Ah ya, bueno, gracias, déjeme consulto con mi marido, mujer, tío, sobrina, entenado, fulano, zutano y/o garante, tu, tu, tu…”.

En tiempos de crisis los im-prescindibles caemos primero.

¿Quién se preocupa de las minorías creativas? Somos un grupo social en situación vulnerable. Para los artistas no hay un seguro social, pago por horas extras, seguro de maternidad o vacaciones pagadas, mortuoria o montepío, el estado no ve por nosotros y nuestras familias. Salvo un par de Jacchiguas, el resto no contamos con una subvención anual.

Eso sí, tributamos. Como podemos, pero tributamos. Del 2% al 8% según el criterio del contador por impuesto a la renta por servicios prestados y 10% si en tu cédula dice artista profesional. Del IVA el 70% o el 100%, es cuestión general. Y la gente se asombra porque cobramos un cuarto de salario mínimo y un poquito más por una presentación de una hora.

Alguna vez una “amiga” me contestó: “¡Chugta! Era de hacerme payasita. ¡Quieres ganar más que yo que tengo un masterado!”

Con amigos así, para que quiero enemigos.

Muy poca gente sabe que para que un artista de la magia se pare en el escenario por 10 minutos, tiene que haber trabajado por lo menos unas 580 horas hasta lograr que el movimiento sea tan sublime que se vea natural y fluido. Muy poca gente sabe que nuestros horarios de trabajo incluyen feriados, fines de semana y madrugadas. Largas horas de estudio, investigación y pruebas. Que lograr que una rosa aparezca en una mano que no tenía nada, no es el producto de un milagro, sino el resultado de incansables jornadas de repetición. Es como encender fuego con dos ramitas, parece fácil, pero sólo haciéndolo sabes lo que cuesta.

Quizás por eso amo hacer magia. ¡Soy masoquista! Amo la cara de la gente cuando mira una ilusión, amo la sensación de rebote frente a su asombro. No me importa cuánto tiempo me cueste lograr un efecto, enchinar la piel del público lo vale.

Todos tienen derecho a ver por su economía, eso es inevitable. Por todas partes abundan las ofertas de magos y payasos que por $30,00 ofrecen 2 horas de intensa diversión. Está bien, todos tienen derecho, pero valga la oportunidad para aclarar que ellos no son artistas, son recreadores, personas que redondean sus sueldos como educadores parvularios o de escuela y que los fines de semana completan sus sueldos con las fiestas y eventos. Hacen rondas para niños de 4 años aunque su público sean niños de 8 o 9 años. Cada vez que dicen algo, no dicen la última palabra para que sea el público quien complete la... (todos juntos) oración. Así captan la atención igual que cuando dan clases. Sacan una bolsa de cambio, una jarra de leche y una claqueta, tres o cuatro trucos de magia de tienda o juguetería y con eso ya tienen show. No quiero hacer de menos su esfuerzo, pero sepan que lo que hacen es desleal. Si quieren trabajar en este campo, prepárense, crezcan y respeten a quienes vivimos de esto.

Me pregunto ¿si nosotros fuéramos a las escuelas y centros infantiles a ofertar nuestros servicios como parvularios cobrando $60,00 por el mes de trabajo? ¿Qué pensarían? Desde luego eso no puede pasar, porque para trabajar en dichos centros educativos se requiere un título universitario. Qué mal que no haya una institución reguladora de la calidad de los servicios prestados en eventos y que exija credenciales para trabajar en ellos. Bueno para empezar tendría que haber una universidad que nos forme como artistas ilusionistas y nos otorgue títulos oficiales. Pero ¿quién necesita magos o magas titulados y profesionales? Población vulnerable, nos toca aprender por nuestra cuenta, ser autodidactas e inventores de nuestra profesión y sin embargo hay gente que cree que somos desocupados.

La competencia te hace crecer. Me niego a cobrar menos por mi trabajo, me niego a hacer otra cosa diferente a mi vocación. Me comprometo a seguir dando guerra, presentando nuevas propuestas, proyectos, modos. ¡Que me sigan los que estén dispuestos a vivir de lo que aman!

Y en cuanto a nuestros contratantes, con todo respeto. Cuando valoras, inviertes. Cuando es sólo un compromiso, buscas ofertas en barata. Dicen que los padres buscamos lo mejor para los hijos. Que esto se cumpla entonces, la próxima vez que necesiten alguien para su evento piensen si quieren comida barata o un comida nutritiva y rica. A lo mejor si bajamos el gasto en bielas para los adultos, el presupuesto alcance para contratar algo bueno para el show, ya que son eventos infantiles. ¿No? Lo que queda después de una celebración son los recuerdos. ¿Qué clase de recuerdos quieren?

Quiero seguir viviendo de lo que hago y con la bendición de Dios lo voy a hacer. Es mi derecho como profesional, el arte por el arte es sublime, es verdad. Pero mientras tengamos un cuerpo tangible que tiene necesidades físicas propias y seamos cabezas de núcleos familiares, creo que es un derecho el poder vivir con el fruto de nuestro trabajo dignamente. Porque señoras y señores, lo que los magos y magas hacemos es también un trabajo.

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