05 febrero, 2015

La italiana que decía “mancito"

Cuando nos conocimos, uno de los pretextos para salir juntos era que yo le enseñara a hablar español porque ese idioma siempre le había gustado. Por lo menos eso decía ella. Ahora, luego de más de diez años y dos hijos, su español no es perfecto pero conversamos sin dificultad. El problema, o el hecho, es que el español que yo le he enseñado está lleno de “itos” y de palabras que se entienden sólo si uno ha crecido bajo la mirada de la Virgen del Panecillo.

A veces nos presentan personas de habla hispana que no conocen bien el italiano y ahí es cuando la situación se puede volver algo comprometida. En general, luego de un inicio brillante en el que se conversa tranquilamente, llega un momento en el que se habla de personas conocidas que no están presentes. Yo le he sugerido que use vocablos como chico, joven, muchacho, amigo o señor. Hasta la palabra pana estaría bien porque es muy común. Imposible, llega siempre un momento en el que ella usa el famoso “man” para referirse a alguien que no está presente y como si no bastara, le aplica el infalible diminutivo que lo transforma en “mancito” o “mancita”.

He tratado mil veces de explicarle que no hay muchos lugares sobre la faz de la Tierra donde se entienda lo que quiere decir “mancito”. Además le he explicado que aún en el caso de que se entienda, si el contexto no es el adecuado, decir que alguien es “un mancito” o “una mancita” puede parecer poco amigable. Nada que ver, cada vez que se lo recordaba obtenía como respuesta una lista interminable de calificativos que según ella me quedan muy bien: juzgador, corta alas, aguafiestas, moralista, cargoso, molesto, molestoso y por último hasta desgraciado. Para terminar con una sentencia inapelable: “a mí me gusta decir mancito porque me parece simpático, o sea que yo digo mancito cuando yo quiera. ¿Oíste?”

Más claro que el agua.

La verdad es que ella nunca ha tenido problemas para comunicarse con nadie, es más, desde que he dejado de importunarla me he dado cuenta de que su español ha mejorado y que habla con mayor soltura. A menudo llegan las personas y me felicitan gracias a ella: “tú debes ser un buen maestro” me dicen. “Sí, sí, claro” respondo, “uso un método basado en la libertad”.

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