31 diciembre, 2014

Hecho año viejo

Cada año el ritual se repite, mi primer recuerdo es de mi padre y madre dándole de correazos a un pobre muñeco tendido en el suelo. Como fondo la radio Tarqui con su clásico apagón, además de explosiones de distintos tonos por doquier. Yo seguía medio dormido, mis padres me hicieron despertar para el abrazo, y luego a comer y a bailar hasta que el cuerpo aguante.

Pero lo que acabo de describir sólo es el clímax de esta especie de exorcismo. Así lo entendí cuando crecí. El día anterior al 31 de diciembre había que ir a traer las ramas de eucalipto para construir la última morada del sujeto en cuestión: el año viejo. Si la vía era principal o la barriada estaba especialmente entusiasmada, se construía una tarima para que el personaje se luzca en su último día. Luego en la mañana se rellenaba con esmero de aserrín uno o varios personajes, según la necesidad dramatúrgica de la escena. En el caso de mi casa la escena siempre era política, de crítica y sátira contra el gobernante de turno. Para esto se preparaban audaces frases en cartulinas y papeles, cosa inaudita e impensable en la actualidad.

Con el pasar del tiempo los años viejos fueron evolucionando, rellenos de papel periódico, construidos de papel maché, con careta de caucho, esculpidos en esponja, etc; pero en esa época y en la mayoría de los casos el año viejo era simplemente medias nylon rellenas de aserrín vestido de ropa vieja y una careta de cartón. Debido a esta construcción algunas ocasiones el personaje quedaba chorreado como si se hubiera adelantado al festejo, o como si supiera su destino fatal en el fuego, y hubiera preferido emborracharse para no sentir nada: ni los correazos interminables, ni la quemazón.

Recuerdo varios años posteriores convertirnos con toda la Jorga en una verdadera máquina de parar el tráfico y pedir limosna para el viejo. En los mejores años la recaudación sirvió para dar de comer y beber a vecinos y allegados por dos días ininterrumpidos de fiesta (como se dice “cae y levanta”). También recuerdo la primera vez que me vestí de viuda. Era una especie de turno obligado entre los amigos, algún día me tenía que tocar y había que hacerlo con dignidad y altura. Dos botellas en 30 minutos entre tres potenciales viudas fueron necesarias para perder la vergüenza. Lo más difícil fue encontrar la talla adecuada para los zapatos, luego todo fue más relajado y con piropos incluidos.

Con el tiempo los detalles fueron variando. En los años siguientes la pasábamos a veces más lejos de la casa pero siempre era importante estar a la media noche para el abrazo, era como no perderse el clímax de ese exorcismo, debía ser siempre con la familia. Todos estos recuerdos han sido para contarles lo que significa esta frase: “hecho año viejo”. Frase empleada cuando a alguno de nosotros se nos pasaban las copas y quedábamos en "calidad de bulto" (esta es otra historia), o sea, imposibilitados de poder movernos por nuestros propios medios; y chorreados como aquel personaje entre las ramas de eucalipto.

Veo ahora a mi alrededor y aunque son pocos los años viejos hechos de aserrín, todavía la frase puede tener sentido. Así que si van a festejar hasta quedar hecho año viejo cuídense de no tener fuego ni correas cerca.

Y para que quemen bien el viejo, un regalo musical. Amarun - Pasillo de Baile

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